INTRODUCCIÓN
La intención de esta ponencia es reflexionar sobre el rol de la mujer en el México contemporáneo. Por ello, creímos necesario organizarla en dos partes. La primera, en la que haremos un breve recorrido histórico del sujeto y del discurso femenino, pasando por los períodos más resaltantes de la historia mexicana (el Prehispánico, el Colonial, el Porfiriato y la Revolución) para llegar al México contemporáneo, núcleo central de nuestro análisis de hoy. Un México en el que profundizaremos la reflexión sobre el momento político y económico que atraviesa y cuáles son los avances y desafíos que hemos tenido y todavía tenemos con relación a la temática de lo femenino y su problemática.
LO FEMENINO COMO SUJETO HISTÓRICO
Según Sara Beatriz Guardia[1] hablar de la condición de la mujer en un determinado período histórico, de su situación en el mundo o al interior de una sociedad, de sus pensamientos, sentimientos y evolución de sus acciones “plantea desafíos conceptuales y metodológicos. El primero, es afirmar que la mujer tiene una historia. El otro, es la carencia de fuentes” (Guardia 11).
Por lo tanto, hablar del rol de la mujer en la historia es hablar de la mujer como sujeto histórico y actante[2], cuya participación modifica, transforma e incide en la dinámica social del Estado y en la toma de decisiones por parte de sus gobernantes.
Por otra parte, hablar hoy del rol de la mujer implica también considerar que esto es posible porque existe un proceso mediante el cual este sujeto histórico ha adquirido una cierta visibilidad. Es decir, se ha constituido en un sujeto visualizado (García 13).
En el caso de México, y sobre todo en el caso del México contemporáneo, este proceso de visibilidad no sólo es muy evidente sino que ha sido (y sigue siendo) un proceso que no se ha dado sin dificultades y que ha involucrado a todos los períodos de la historia y de la formación identitaria de México. Nos referimos al período que va de la prehispanidad a la contemporaneidad.
Ahora bien, según Ingrid Rojas y Joselyn Sotelo, de la Universidad de las Américas de Puebla, este proceso de visibilidad del sujeto histórico femenino ha propiciado “la diferenciación entre el hombre y la mujer, dando paso a un sistema de desigualdad” (4). Es obvio que no podríamos no estar de acuerdo con esta verdad que no hace sino traducir un efecto real de la diferenciación que existe entre el hombre y la mujer y de cómo la sociedad actual percibe y administra tal diferencia. Es más, nos parece que esta verdad aborda dos temáticas que, en los debates feministas y post-feministas, adquieren nuevas dimensiones y crean zonas comunes para el planteamiento de la problemática. Zonas que pueden identificarse con dos conceptos complejos: el de la diferenciación y el de la desigualdad.
En la mayoría de las naciones latinoamericanas se acepta hoy día que hombre y mujer somos diferentes. Esto es, si el discurso feminista abogó a favor de la igualdad entre el hombre y la mujer, el post-feminista lo hizo a favor de la diferencia, entendiendo que esta diferencia no promovía la desigualdad entre ambos sujetos. Por lo tanto, el discurso actual sobre el tema mujer, en México, aboga por la diferencia en la igualdad y la equidad.
Sin embargo, llegar a este punto no ha sido un camino fácil para las mujeres. El proceso de visibilidad del sujeto femenino o de lo femenino en México no ha estado exento de dificultades. Pensemos que, por ejemplo, “la mujer prehispánica siempre se desarrolló […] limitándose al interior de la vida familiar, sin tener la opción de salirse de lo ya establecido, siendo el matrimonio y la maternidad los deberes a los que estaba destinada” (Rojas 5).
Esta caracterización del rol de la mujer se presentará como una constante en la historia mexicana precontemporánea y si bien en la actualidad existen avances importantes, todavía la problemática es objeto de debate, de ajustes y de transformaciones continuas.
En el caso de la Colonia, un período que, a grandes rasgos, se abre aproximadamente en 1521 y llega hasta 1857, la mujer sigue siendo vista como un elemento pasivo, “absorto en los deberes familiares, confinada al hogar y totalmente subordinada al hombre” (Gonzalbo, cit. en Rojas 6). Ahora bien, cuando se habla de una subordinación total debe entenderse aquí una subordinación no sólo en el ámbito económico y social sino también en el ámbito de la expresión. Las mujeres de la Colonia, dice Jean Franco, “carecen de poder en el uso de la palabra” (cit. en Rojas 6). Sin embargo, surge en esta época un espacio importante, el Convento, en el que las mujeres han encontrado una cierta protección para hacer uso de la palabra y de la inteligencia. Este es el caso, entre otros, por ejemplo de una voz y una pluma inteligente y reaccionaria como la de Sor Juana Inés de la Cruz, a quien podríamos considerar un precedente importante en el esfuerzo realizado por el sujeto femenino en su propio proceso de visualización, para darse a conocer al otro y obtener su respeto. Aún así, y aunque nos resulte interesante estudiar un caso como el de Sor Juana, por todo lo que ello implica, no olvidemos que sus ideas y sus acciones fueron consideradas muy adelantadas para la época, lo que le propició sufrimientos y amonestaciones por parte de sus superiores, quienes finalmente la doblegaron y le impusieron silencio y obediencia.
Los movimientos de Independencia contribuyeron en cambio a una transformación en estas perspectivas de sometimientos y obediencias, ya que estos movimientos, de por sí, sentaban las bases para la construcción de un mundo diferente del que lo femenino no podía estar ausente. En esta perspectiva, México tiene otro buen ejemplo, todavía hoy recordado con respeto y admiración. Nos referimos a doña María Josefa Ortiz de Domínguez, la Corregidora, quien acompañó la causa de la independencia mexicana participando directamente de la gesta. El actuar de la Corregidora sienta un precedente importante para lo que, luego, ocupará un lugar central en el debate intelectual de la sociedad mexicana.
El Porfiriato, por su parte, inaugura una nueva etapa en nuestra historia. Francisco Carner señala que, a partir de 1870, “hay una ideología más optimista que confía en el progreso a través de la educación” (cit. en Rojas 7) y que demuestra un cierta propensión a la inclusión de la mujer en esta nueva forma de ver y organizar la vida mexicana. En el Porfiriato la mujer fue considerada objeto de inclusión social mediante el acceso a la educación. Este, sin duda alguna, es un pequeño gran paso en la construcción de la categoría del sujeto femenino o de lo femenino. Sin embargo, hay algo detrás de esta inclusión que impide que pueda ser considerada como una acción satisfactoria. La mujer sí tuvo acceso a la educación pero esto no significó que ella pudiera ser considerada como un sujeto que gozara de la libertad y la autonomía para aspirar a una cierta equidad y a una educación universal.
La mujer mexicana del Porfiriato tuvo acceso a la educación porque “era importante educarla para ser madre, esposa e hija” (Rojas 7). Por lo tanto, lo que aquí podemos observar no es sino un acceso permitido a condición de que el sistema vigente quedara reforzado. Un sistema que logró reunir a la mayoría de las mujeres en una comunidad controlada y regulada por formas aparentemente “inofensivas” como la familia, la escuela, la iglesia, la fábrica (cfr. Rojas 8). Menos mal que esta situación no duró mucho tiempo ya que, en la medida en que la mujer fue adquiriendo prácticas educativas y fue ampliando su margen de aprendizaje, fue demandando mayor respeto y comenzó a imaginar la posibilidad de una vida distinta para ella y sus aspiraciones. La mujer mexicana comenzó a imaginar que una vida más allá de los límites era posible, con las consecuencias que ello suponía y tenía en su propia historia precedentes válidos y esperanzadores.
En una situación así, el sujeto femenino y el discurso de lo femenino vio iniciarse la conformación de su propio contenido político siendo consciente de que aún no contaba con la fuerza suficiente para darse a conocer como un elemento que marcara una diferencia necesaria y una igualdad de derecho.
Desde otra perspectiva, debemos considerar que el discurso de lo femenino y el sujeto femenino, en su gestación y en su desarrollo, incluso hasta hoy día, se enfrenta a una situación interna grave. La pregunta que nos planteamos aquí tiene que ver con la constitución de este sujeto: ¿de qué sujeto, de qué discurso estamos hablando?, considerando que en México, ya desde el movimiento independentista y desde el Porfiriato, este sujeto femenino, aparentemente unitario, se fragmenta en piezas totalmente opuestas, distantes y con requerimientos diferentes.
No olvidemos, entonces, que lo femenino ha creado o ha dejado que se crearan castas al interior de su propia esencia. Como dice Ramos, refiriéndose al sujeto femenino del Porfiriato, hubo mujeres y mujeres. Mujeres de la clase alta que solamente se dedicaban a vanidades y superficialidades mientras que las de clase media luchaban por hacerse un lugar en la sociedad y las de clase baja sufrían las agonías de la desprotección más extrema (cfr.Rojas 8).
Lamentamos no poder evitar preguntarnos si en nuestra actualidad cuánto ha cambiado de esta panorámica planteada por Ramos. Y, en relación a esta panorámica, nos preguntamos si es México un caso aislado dentro de nuestro continente latinoamericano.
Es innegable el supuesto que nos dice que la mujer, hoy día, ha alcanzado ya en la esfera pública un estrado que ha rebasado los límites originalmente impuestos por la tradición. La industrialización primero y la globalización después han reclamado una participación más directa y activa de la mujer, pero ¿a qué costo? y ¿bajo qué condiciones de dignidad y honor?
En México y de seguro que en el resto del continente, el ingreso de la mujer al mundo del trabajo implicó una transformación completa. Sin embargo, hay desventajas que la mujer tuvo que asumir en este nuevo rol social y laboral. En las zonas maquiladoras, por ejemplo, la mayor población económicamente activa es la femenina porque, entre otras cosas, ella constituye un personal eficaz y eficiente y de bajo costo. El contrato entre una empresa maquiladora y una mujer es siempre mucho más beneficioso para la empresa maquiladora, ya que la mujer no sólo posee mejores habilidades que el hombre para el trabajo manual sino que, además, es mucho más responsable en su trabajo. Por lo tanto, superficialmente sí tenemos un avance en este sentido pero éste no significa aún un factor satisfactorio para el reconocimiento que se merece la mujer como sujeto de derechos.
Siguiendo con nuestra breve revisión cronológica de lo femenino y el sujeto que lo representa, debemos decir que el siglo XIX mexicano, según Radkan, se caracterizó por una fuerte e importante movilización histórica a favor de la mujer. La situación económica grave[3] por la que atravesó el país hizo que “el gobierno reclutara temporalmente a la mujer de la élite para ayudar a administrar instituciones municipales” (cit. en Rojas 9), con lo que se dio lugar, aún sabiendo que se trataba de un rol secundario, a la intensificación de un proceso gradual y selectivo del reconocimiento de su competencia en el ámbito público.
Ahora bien, todos conocemos o hemos oído hablar alguna vez de la importancia que asume para México, como país, un evento histórico de tal magnitud y consecuencias como la Revolución Mexicana de 1910 a 1917, el primer movimiento de raíces sociales no sólo del continente americano sino del mundo[4].
Según Eduardo Blanquel, la Revolución ”surge como una protesta de tono eminentemente político frente al régimen porfiriano, pero quienes van participando en ella, quienes van haciéndola le imprimen la huella de sus ideas, de sus intereses, de sus aspiraciones” (cit. en Cossío Villegas 135). De allí que la revolución no sólo vea reforzado su carácter político sino que se tiña también de un fuerte matiz social y económico que termina por abrir las puertas del país hacia una modernidad rebosante.
La Revolución se constituye, entonces, en un parte aguas del que México emerge renovado en todos sus ámbitos. Uno de ellos es, sin duda alguna, el ámbito de lo femenino. El mundo masculino irá impregnándose de la presencia femenina. Presencia que va ganando progresiva pero aceleradamente una mayor solvencia en las discusiones de la vida y la problemática del México moderno.
Una figura emblemática de este período es la de la soldadera o la de la Adelita, como la inmortalizaron varios corridos mexicanos. La soldadera es esa mujer, india o mestiza, mexicana que participa en el movimiento armado y se une a las fuerzas militares narrándonos otra historia de lo femenino, distinta a la que tuvo lugar hasta ese momento. Según Juan Andreo García, la soldadera es la figura de una mujer constituida en cabeza de familia por los avatares de la guerra, rodeada de sus vástagos, munida de unas cananas repletas de balas, que iba tras su Juan pero que, llegado el momento, se hacía cargo no sólo de su familia tal y como su tradición y su cultura ancestral había establecido (cfr. Andreo-Guardia 17), sino también de cuidar el cuartel proporcionando a los soldados alimentos, bebidas, medicinas, municiones, ropa, correo, equipo militar e información sobre el enemigo en las líneas de frente (cfr. Rojas 10).
Sin embargo y a pesar de portar armas sin dificultad y de tener acceso a cualquier ambiente militar, la vida de la soldadera no fue color de rosa. El fenómeno de la revolución involucró a muchas de ellas y las convirtió, por un lado, a muchas, en víctimas de maltrato o de una migración forzada, mientras que, por el otro, este nuevo rol de la mujer, en la figura de la soldadera, amplió el espectro de participación de la mujer en la vida pública y en el aprendizaje de nuevos conocimientos y ocupaciones. Esto obligó, por su parte, a los sucesivos gobiernos que fueron dándose durante la revolución a considerar la promulgación de leyes que consideraran a la mujer como un sujeto pleno de derechos[5]. Se proclamaron leyes que propiciaron la igualdad legal, prestaciones por maternidad y diversas protecciones.
De esta época, se recuerda todavía con orgullo la lucha por la instauración del sufragio femenino. Si bien la Constitución de 1917 omitió a las mujeres para el derecho al voto, un determinado movimiento a favor de lo femenino comenzó a gestarse, celebrando en Yucatán, en 1916, el Primer Congreso Feminista (cfr. Andreo-Guardia 326).
Según Enriqueta Tuñón Pablos[6], “el Congreso de Yucatán[7] fue importante no sólo como un antecedente de las luchas feministas de años posteriores, sino también porque en su seno se discutieron una serie de puntos relacionados con la problemática de las mujeres, los que, después, serían retomados en los congresos feministas que se realizaron en México en los años veinte y treinta” (Andro-Guardia 326). Años en los que surgieron las dos posiciones feministas de las décadas siguientes: el Consejo Feminista Mexicano y la Unión de Mujeres Americanas. Más tarde se formó el Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), constituido formalmente en 1935 y que en el ’36 creó el Consejo Nacional del Sufragio Femenino.
Bajo la presidencia de Miguel Alemán, en 1947, las mujeres dieron el primer paso hacia el sufragio logrando la reforma del artículo 115 de la Constitución del ’17, con lo que iniciaron su participación activa a nivel municipal sin dejar de reclamar el mismo derecho a nivel federal.
En los años sucesivos, México vio nacer más organismos aglutinadores de la población femenina, de los cuales los más importantes son el Consejo de Mujeres de México, la Confederación de Mujeres en México y la Alianza Nacional Femenina que, finalmente, fue el ente que logró recaudar las firmas correspondientes para solicitar a Ruiz Cortines, por entonces Presidente de México, la enmienda del artículo 34 de la Constitución y el acceso de las mujeres mexicanas al sufragio a nivel estatal.
Por lo tanto, más que anotar aquí un sin fin cronológico de hechos y personajes de la historia contemporánea de México, lo que nos interesa recalcar es que la lucha de las mujeres mexicanas por lograr una participación más activa en la vida pública y política de nuestro país alcanza un hito importante en su historia en los años cincuenta con el derecho al voto.
A partir de allí, el sujeto femenino evolucionará de una manera sorprendente al interior de una sociedad, históricamente, gobernada por la contraparte masculina y asumirá un rol fundamental en la organización y la toma de decisiones, aún en medio de dificultades y oposiciones.
EL ROL DE LA MUJER EN EL MÉXICO CONTEMPORÁNEO
El México contemporáneo es el México de la mujer ciudadana cuya presencia se siente en distintos ámbitos del país: el político, el laboral, el social, el cultural, el académico y el familiar, entre otros. Sin embargo, no obstante los avances, equidad e igualdad se constituyen todavía en un binomio pendiente en nuestro país.
Los esfuerzos por lograr una satisfacción plena de la demanda de la lucha de las mujeres mexicanas las llevaron a seguir organizándose en torno a asociaciones diversas que dieron como resultado la ebullición de movimientos que, luego, las caracterizaron. Y nos referimos con especial atención a lo que en nuestra historia se conoce como el feminismo mexicano.
El feminismo surge, en nuestro país, en los años ’70, a raíz de la participación de las mujeres en el movimiento socio-estudiantil del ’68, y encuentra su expresión en la academia en los años ’80.
Según Ma. del Carmen García Aguilar, investigadora de la Universidad Autónoma de Puebla, este feminismo es conocido como el feminismo de la “diferencia” que, “se inició con la finalidad de ir democratizando aquellos espacios productores de conocimiento en donde las mujeres no se sentían representadas por estar excluidas como sujetos y objetos de estudio de la ciencia, las humanidades y el arte” (cit.en Andreo-Guardia 248). Lo que se buscaba era visibilizar la producción femenina o de lo femenino y demostrar que la división socio-sexual que, aparentemente, era un fenómeno natural, en realidad era pasible de cuestionamientos. Buscaban también concientizar sobre la necesidad de un cambio en el ámbito académico.
De esta manera, los Estudios de Género se consolidan en los años ’80 y ’90, aunque, como dice García Aguilar, el término de “género” ya circulaba en las ciencias sociales desde 1955 (249).
El feminismo de la diferencia quedó sintetizado en estos Estudios de Género y se presentó como una alternativa al feminismo de la igualdad, consolidando sus ideas sobre la base de la equidad. Buscar la igualdad en la diferencia no se trata de una utopía sino, más bien, de una conciencia real de la problemática existente y de su impostergable tratamiento.
Podemos decir que México ha avanzado positivamente hacia un cambio favorable con relación a su percepción de la importancia real de lo femenino en la construcción de un país preparado para enfrentar las transformaciones imperativas del nuevo milenio. Sin embargo, no podemos negar, al respecto, subsisten aún hostilidades y resistencias en torno a esta posibilidad.
La equidad entre mujeres y hombres en México significa hoy una posibilidad más amplia de alcanzar igualdad en el acceso a todas las oportunidades (cfr. Marta de Fox, “sala de prensa”: 2). En este sentido, la problemática de lo femenino o la visualización del sujeto femenino no es un tema que se trate de manera aislada de la situación general y específica del país. En toda la república hay ecos de este “mandato” y, a pesar de las dificultades, hay avances. A modo de ejemplo, cabe recordar que en México no sólo hemos visto el surgimiento de una cierta cantidad de Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) que “abordan los asuntos de mujeres” (cfr. García 252) sino que el Estado también ha creado instituciones gubernamentales que atienden el tema, ha promulgado leyes aplicadas a la mujer y ha institucionalizado la agenda de transformación feminista (cfr. García 252).
En el último sexenio, se han obtenido logros importantes en torno a la problemática de lo femenino. En México se ha creado el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES) lo que implica que los programas y las acciones a favor de las mujeres mexicanas sean hoy una realidad. Por otra parte, también se ha logrado ampliar la campaña de sensibilización y capacitación en el tema de Género tanto a funcionarios del gobierno como a la población abierta, lo que ha generado que se promueva con especial ímpetu el Programa de Institucionalización de la Perspectiva de Género.
En el ámbito de los gobiernos locales, se llevó a cabo una serie de reuniones de trabajo con las Instancias de la Mujer en las Entidades Federativas, con el objetivo de coordinar y fortalecer los programas relativos a la temática mujer en estos gobiernos. Mediante el Fondo de Fortalecimiento a Instancias de la Mujer en los Municipios, se lograron financiar 52 proyectos en 17 entidades federativas y se realizaron talleres para promover la Participación Política de las Mujeres en el Ámbito Municipal y otros 49 proyectos, en el 2005, y 43 proyectos en el 2006 se financiaron con el Fondo PROEQUIDAD creado para satisfacer las demandas y las necesidades referentes la equidad de género.
Con financiamiento parcial del Banco Mundial se puso en marcha también el Proyecto Generosidad que a través de su componente CONVIVE logró apoyar a 13 estados para organizar actividades promocionales en torno al tema de equidad de género a nivel comunitario.
Por su parte, la empresa mexicana también se ha involucrado en este proceso de visualización, consideración y respeto del sujeto femenino. Hoy día, la empresa mexicana participa del esfuerzo conjunto para encontrar mecanismos eficaces a favor de la participación de la mujer en el mundo empresarial y productivo. En los últimos años, se lograron coordinar diversos talleres de participación conjunta en relación a la temática mujer y los logros obtenidos contribuyeron a consolidar un paso más hacia delante en este aspecto.
Ahora bien, todo lo relativo a la temática mujer y su problemática no es propiedad ni mérito exclusivo del gobierno del último sexenio. Como hemos visto, México ha estado siempre abierto a considerar el punto focal de esta problemática y a buscar respuestas sólidas a la complejidad que ello implica. Por ejemplo, siguiendo los acuerdos de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, que se llevó a cabo en Beijing en 1994, México, a través de su Gobierno Federal, instauró en 1995 el Programa Nacional de la Mujer “con la finalidad de crear políticas públicas encaminadas a lograr una participación plena y equitativa de las mujeres en la sociedad” (García 254). Nueve objetivos conforman la agenda de trabajo: Educación, Cuidado de la salud, Atención a la pobreza, Mujer trabajadora, Imagen de la Mujer, Derechos de la Mujer y participación en la toma de decisiones, Mujer y Familia, Fomento productivo y Combate a la pobreza (García 254), y cinco estrategias: Planeación con enfoque de género, Coordinación y concertación, Profundización del federalismo, Desarrollo jurídico e institucional, Seguimiento y evaluación. Y, en febrero de este año, el Estado mexicano acaba de promulgar la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, “orientada a la protección de los derechos de las mujeres frente a la violencia perpetrada en su contra por ser mujeres, porque en la base del acto agresivo está presente la discriminación, una actitud de negación de igualdad en el trato, que tiene en su base relaciones de poder desiguales” (Reforma 25/02/07).
Por lo tanto, observamos que México se constituye, a pesar de las imperfecciones en el trabajo y las dificultades que se siguen presentando al respecto, en uno de los mayores promotores del tratamiento serio de la temática de lo femenino y su lucha por lograr la equidad y salvaguardar el honor y la dignidad de las mujeres mexicanas.
Y este compromiso puede verse reflejado en algunas estadísticas que reflejan que hay una dinámica tendiente a la erradicación de la violencia, la discriminación y la desigualdad de Género.
En cuanto al porcentaje de la población de 6 a 29 años que asiste a la escuela, podemos decir que ha disminuido la brecha de género. Por ejemplo, en el 2005 el 12,8% de mujeres asistió a una academia universitaria frente al 14,8% de hombres. También puede observarse que en cuestiones de analfabetismo hubo, en el 2005, una tendencia a la disminución de la brecha de género: 9,8% de mujeres frente al 6,8% de varones. En cuanto al ítem salud, vemos que la tasa de mortalidad materna ha disminuido, de 7,3% en el 2000 a 5,9% en el 2005; mientras que con relación a la Tasa de Jefatura femenina se observa un aumento de los hogares con jefatura femenina.
Sin embargo, así como observamos avances concretos en este tema también somos conscientes de lo que nos falta lograr. En este sentido, según el INMUJERES, El 60% de las personas que viven en extrema pobreza en nuestro país son mujeres. Y en cuanto a la tasa de participación económica por sexo, podemos ver, en el 2005, un 77.7% de hombres frente a un 39,5% de mujeres, lo que se traduce en la necesidad de seguir atendiendo el desafío de una mayor inclusión femenina en la población económicamente activa, considerando que esta inclusión no solo ha contribuido a la producción de riqueza en el país sino que ha aumentado lo que se conoce con el nombre de “industria de servicios”.
Otra problemática actual que aún nos queda por resolver se refiere a la inequidad salarial y a la participación política. Con respecto a este último ítem, en las estadísticas que revelan la evolución de la situación de la mujer del 2000 al 2006, se observa que, en lo que se refiere a las presidencias municipales, tenemos un 96,2% de presidentes frente a un 3,8% de presidentas.
Por otra parte, en el tema de la violencia contra la mujer México se enfrenta todavía a una materia pendiente, si bien los índices han disminuido en el último sexenio y recientemente se haya promulgado la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Las estadísticas nos revelan que del 46,6% del total de mujeres que sufre violencia, 38,4% representa al maltrato emocional, mientras que 29,3% representa el maltrato económico, 9,3% al maltrato físico y 7,8% al maltrato sexual.
Sin embargo, las mujeres mexicanas somos conscientes de que la violencia contra nosotras es el resultado de una construcción social, construcción que debe ser ataca, en primer lugar, desde nosotras mismas, desde nuestra fuerza interior. Por ello, todas las mujeres que han sufrido discriminación, maltrato o violencia han superado sus problemas y han dicho: “Yo puedo, yo quiero” (Sahagún de Fox 3). Lo que significa que en el problema latente se alberga también la esperanza y la confianza en su propia capacidad y en la de las instituciones que la protegen.
Para nosotros, el nuevo rostro de México es el rostro de una mujer, con lo que no abogamos en nuestro país un cambio cultural que signifique una crisis en la identidad masculina sino una dinámica de complementariedad.
Como dice Ma. del Carmen García Aguilar: “ser diferentes no implica ser desiguales en términos de poder. […]. Las diferencias complementarias son generadoras de poder y las no complementarias drenan el poder de ambas partes. [Por lo tanto], es importante estudiar cuáles son las diferencias complementarias y cómo integrarlas” (259).
A modo de conclusión podemos decir que México entra al nuevo milenio con un avance importante en los distintos aspectos referentes a la temática de lo femenino y su problemática. El tema “mujer” es hoy día un tema que ha sido institucionalizado y como tal tendiente siempre a una profundización y un perfeccionamiento consecutivo. El nuevo gobierno ha anunciado acciones implacables para prevenir, castigar y erradicar la violencia por razones de género (López Baroja 1/02/07).
También podemos decir que como país tenemos la plena conciencia de que esta temática es compleja y de que existen metas que todavía deben ser alcanzadas, de manera tal que la dignidad y el honor de las mujeres mexicanas se vean salvaguardados y sus competencias se vean reconocidas en el ámbito de la vida pública, ya sea esta de índole política, económica, social, cultural o académica.
El rostro de México es el rostro de una mujer y su múltiple posibilidad de ser un sujeto actante y constructivo.
Las mujeres en México no abogamos por una crisis de la identidad masculina porque, como dice Octavio Paz, “en la vida la unión de los contrarios implica fecundidad, fertilidad, [y] creación” (574). Abogamos por un proceso coherente entre la teoría y la práctica, entre las leyes y la realidad, la utopía y lo posible.
Muchas gracias.
BIBLIOGRAFÍA
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García Aguilar, María del Carmen. “El feminismo contemporáneo: una mirada desde México”. En Historia de las mujeres en América Latina. España: Universidad de Murcia, 2002. 247-262.
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Sahagún de Fox, Marta. “Sala de prensa”. En http://marta.fox.presidencia.gob.mx/documento.php?art_id=3574
Tuñón Pablos, Enriqueta. “¡Todas a votar! Las mujeres en México y el derecho al voto. 1917-1953”. En Historia de las mujeres en América Latina. España: Universidad de Murcia, 2002. 323-341.
[1] Directora del Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina, CEMHAL.
[2] Actante, es un término que tomamos prestado de la semiótica y se refiere a un sujeto que realiza una determinada acción que puede interfiere en el desarrollo del relato.
[3] Explicar cuál fue esta situación.
[4] La Revolución Mexicana es anterior a la Revolución Bolchevique de 1917.
[5] Venustiano Carranza auspició una ley que posibilitaba que la mujer obtuviera el divorcio a causa de la prolongada ausencia del marido. En este período, la prostitución también fue censurada, aunque por los nefastos efectos económicos de la misma revolución, esta problemática se agravó (cfr. Rojas 12).
[6] De la Dirección de Estudios Históricos – INAH- México.
[7] “Yucatán fue el primer estado que reconoció el sufragio femenino, tanto a nivel municipal como estatal, […], entre 1922 y 1924” (Muñón, cit. en Andro-Guardia 327).
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