Por Claudia González
El mundo periodístico y literario se encuentra de fiesta, ya que con el galardón que el Premio Alfaguara otorgara a la escritora mexicana Elena Poniatowska se celebra el triunfo de la palabra. De la palabra que busca en las palabras la esencia de la vida, la ciencia del amor, el re-encuentro con la diversidad que entabla su propio discurso entre la tierra y el cielo y descifra los secretos que surcan la piel de los hombres.
El triunfo que se celebra también hoy, con este galardón otorgado a una mujer periodista y a una escritora de notable pluma artística, es el que se refiere al compromiso literario, implícita y explícitamente asumido por Elena Poniatowska, quien al adoptar la ciudadanía latinoamericana en el año ‘69, ha comenzado a navegar con mayor vigor y resolución por las venas abiertas de América Latina, específicamente por las de un México contemporáneo vivo y real.
En otras palabras, es notable percibir en los escenarios del discurso narrado por Poniatowska la militancia periodística y literaria femenina de América Latina. Una militancia que se ha hecho/construido en los límites de las fronteras dispuestas entre el compromiso social, las relaciones de dominación y subyugación y el propio oficio de la escritura como re-pensamiento de las teorías epistemológicas, ontológicas y sociológicas vinculadas al contexto literario.
América Latina, y de manera particular México, debe gran parte de su protagonismo intelectual a esta vinculación importante. Su origen literario como “pueblo”, como “continente de la diversidad”, como “conciencia del otro”, como término acumulativo de expresiones minoritarias e irresistibles, se sustenta en el oficio de sus escritores, nativos y adoptivos, que desde siempre han engendrado sus plumas como el instrumento colectivo de la militancia en la lucha por la asimilación “del otro”, “en el otro”, “con el otro”, “por el otro” y “desde el otro”.
En este sentido, se conoce a Elena Poniatowska no solo como una gran mujer que ha elegido escribir las historias, reales y ficticias, contadas por las voces de su gente, de su país; sino que también se la conoce como una trabajadora incansable que, a través de sus líneas, denuncia de manera permanente la detonante fragmentación colectiva y la precariedad indigna en la que viven millones de mexicanos, entumecidos por la masacre de la esencia y de la conciencia del concepto mismo de poder, de autoridad, de representación y de decisión, de opción y de vida.
El estilo desencadenado, enérgico, peregrinante de esta escritora le permite profundizar la heterogeneidad de las historias que se van hilando entre las páginas de los periódicos y los libros que firma. Su estilo, asimismo le permite, desplazarse al interno del proyecto discursivo del Sistema para deteriorar las máscaras en las que sucumben vidas alteradas; para indagar los efectos inmediatos de las confrontaciones sociales insustentables; para personalizar la cotidianeidad de las comunidades marginadas; para cristalizar el debate entre el centro y la periferia, y para crear personajes que se imponen a la realidad ficticia de las novelas en las que viven y narran con ímpetu el proceso vital de todo ser humano en la reflexión de su búsqueda inmanente y trascendente.
Las fronteras de la ciencia
En su novela La piel del cielo, con la que gana el IV Premio Alfaguara, seleccionada entre 594 obras presentadas desde toda América Latina, Elena Poniatowska reinvindica la ciencia en un país en el que la misma no existe. Ella misma declara en una entrevista telefónica que Lorenzo de Tena es la voz del científico que se afana por descubrir los secretos del cielo, investigar los ardores incandescentes de los astros lejanos y dar vida a un mundo científico que, por el contrario, lo devuelve a la tierra, a sus olores y aventuras, a sus amores y frustraciones en el intento de descubrir un mundo mayor: el primer amor, el gran amor.
Mirar la tierra con los códigos astronómicos; seguir la estela de las estrellas fugaces y perennes que aparecen en nuestros corazones invitándonos a amar; asumir la piel de los desafíos que implica elegir la vida, son etapas de la maduración intrahumana que se cumple en Lorenzo en ese intento de dar respuesta a una pregunta ya milenaria: ¿allá atrás se acaba el mundo?
Para Lorenzo de Tena el mundo ha comenzado en su propia piel, en ese deseo intransigente de crecer, de saber, de buscar, de indagar fuera de sí para descubrir que el mundo real es el que llevamos dentro de nosotros mismos.
En este sentido, un aspecto de la potente denuncia que establece Poniatowska en su novela se refiere a ese torbellino que se desata en el ser humano a partir de la incomprensión de su propio “yo”, de su propia “intimidad”, de su propia “diversidad”. El estado de esta incomprensión no puede ser otro que el estado de la infelicidad, del retorno permanente al espejo de las codificaciones en el que se articula la misma pregunta milenaria pero en sentido inverso: ¿aquí adelante qué mundo comienza?
El espíritu rebelde del protagonista lo lleva a escrutar las coordenadas astronómicas y desencajar la gran emoción de su vida al contacto íntegro con su propia esencia como tierra. La piel del cielo, por lo tanto, puede ser leída como una novela que parte de los márgenes y de la periferia y celebra el retorno al centro para la consolidación de una lucha mucho más intensa en el mano a mano con la propia vida.
La militancia de la escritura femenina
Otro aspecto de la denuncia que expresa Poniatowska a través de su escritura, se refiere al debate actual en el que están sumergidos muchos intelectuales en el mundo: el re-pensamiento de la historia/acción literaria y de la militancia de la escritura, sobretodo en la voz y en la pluma de las mujeres que escriben y en las de aquellas que habitan los espacios ficticios de las historias narradas.
En una constelación de luces y sombras la militancia de la escritura femenina ofrece nuevos paradigmas de interpretación y análisis del personaje “mujer” como sujeto y objeto del “ser femenino” en la mecánica de las discriminaciones vigentes.
La repetitividad de estas discriminaciones, ya sea en la historia como sucesión de eventos ya sea en la literatura como sucesión de momentos, hace que las mismas vengan percibidas como nucleadas al interno de una circularidad concéntrica inacabable contra la que se han artillado varias plumas como las que conducen, en distintos campos, la reflexión/acción de Elena Poniatowska, de Ángeles Mastretta, de Marcela Serrano, de Judith Butler, Anna Yeatman, entre otras. Todas en la expansión de una militancia comprometida en la que se propone el rostro único de una personalidad femenina múltiple en relación consciente con la alteridad en un mundo para “ellas” diferente.
Elena Poniatowska es una escritora que ama lo que le es propio y diverso; ama todo aquello que es identificable con su “yo escritora” y con su “yo mujer”, extendiéndose en el “yo mujer” el símbolo unitario de la especie humana, y en el “yo escritora” el símbolo unitario de la militancia femenina literaria.
La militancia de la escritura de Elena Poniatowska se constituye, por lo tanto, en una obra-imagen que resume en si las potencialidades de la voz femenina. Potencialidades que, al decir de Octavio Paz, “dejan ver por un instante el siempre en el ahora”.
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