Aves sin nido: la militancia femenina entre la literatura y la política

Por Claudia González

Introducción

“Nunca antes –escribió Francesca Denegri en su libro titulado El abanico y la cigarrera: la primera generación de mujeres ilustradas en el Perú 1860-1895 (publicado en 1996) se había visto en el país a un grupo sólido y numeroso de mujeres que dejara el abanico por la pluma para invadir tan holgada y directamente el mundo público de las letras” (Denegri, 11).

Mi intención es analizar la militancia femenina entre la literatura y la política en Aves sin nido (1889) como parte de ese proceso de irrupción en el mundo público de las letras y de la política, llevada a cabo por una mujer escritora como Clorinda Matto de Turner (1854-1909). Para ello me propongo desarrollar un estudio comparativo de algunas de las dicotomías estructurales de orden ideológico-discursivo, político, espacial, social y religioso que aparecen en la novela, no sin antes contextualizarla, proporcionando algunas informaciones referentes a la escritora y al contexto de la novela hispanoamericana del siglo XIX, en particular a la novela indigenista. Lo que implica para mí no sólo una posibilidad de mirar con otros ojos los múltiples significados que ellas encierran sino también la manera de explicarme, como dice Antonio Cornejo Polar, “la conflictiva incorporación de la civilización en el mundo de la barbarie” (1974: XVII).

La crítica literaria, últimamente, está ampliando y consolidando su interés en la obra de Clorinda Matto de Turner, especialmente en esta novela Aves sin nido. Ella ocupa hoy día una posición al interior de la crítica literaria la que, además de realizar estudios estructuralistas de la novela también ha llevado a cabo análisis desde perspectivas más audaces como la feminista y deconstruccionista que Francesca Denegri propone en “Una intelectual serrana en Lima” (Denegri, 2004: 199-239).

Periodismo y literatura: un movimiento in crescendo

Según Jean Franco, la fama de Clorinda Matto de Turner deriva, sobre todo, de esta novela titulada Aves sin nido, considerada como la primera novela de denuncia social en la que una parte importante del protagonismo de sus personajes se ha concentrado en la voz del indígena peruano (Franco, 127). Para la escritora, los indígenas representan ese fragmento de la nación peruana que ha quedado excluido y discriminado de todo proyecto social, que se articula luego de la Guerra del Pacífico y que busca la definición de una nueva nación próspera y abierta a los desafíos de una modernización inminente.

El compromiso de Clorinda Matto con su país implica no sólo la consideración literaria de lo indígena sino que también la formulación de un proyecto político que consolide la “peruanización del Perú”. Estas ideas la asocian, políticamente, con las propuestas de gobierno del general Cáceres y, literariamente, la llevan a señalar y difundir en el papel una serie de relaciones de dominación y discriminación que, por un lado, minan el entorno político y religioso de la época y, por el otro, socavan peligrosamente la autenticidad y la integridad de la vida cotidiana peruana.

Este compromiso, que hoy día viene reconocido como uno de los méritos más importantes de Clorinda Matto, la ha hecho sujeto y objeto de un sinnúmero de ataques y persecuciones ya sea por parte de los enemigos políticos de Cáceres, ya sea por parte de la jerarquía eclesiástica, que se vio profundamente ofendida por las manifestaciones aparecidas en la novela. De hecho, dice Carolina Ortiz, la Iglesia inició toda una campaña en contra de Clorinda Matto y la acusó de “atentar contra la moral, la religión y la sociedad” (Ortiz, “El pensamiento”: 5).

El discurso cultural y social de la época se sustentaba, según Clorinda Matto, en una perspectiva eurocéntrica que excluía todo aquello que podía ser el reflejo más auténtico de la nación peruana: el mundo andino, con su cultura, su lengua, sus tradiciones, sus representantes, indios y mujeres. De allí su extrema voz en defensa de este mundo anclado en un contexto caracterizado por la escisión entre, no sólo, lo europeo y lo “otro” sino también entre la capital (Lima) y la sierra, las mujeres y los hombres, los conservadores y los liberales, los notables y los naturales, etc.

En esta cadena deliberativa lo que puede observarse es, entonces, la construcción de un discurso ideológico que en Aves sin nido oscila entre la literatura y la política y que, a primera vista, parecería cerrarse entorno a la valoración y defensa del mundo andino. Esta oscilación marca desde el inicio esa estructura de polarizaciones que se manifiesta en dicotomías constantes que pueblan tanto el entorno real como el imaginario de Clorinda Matto.

Su narrativa se hace eco, por lo tanto, de toda la problemática de su tiempo: de los contrastes de la endeble sociedad peruana del siglo XIX y de las luchas sociales y políticas en las que ella participó; de “la profunda escisión vivida por la sociedad peruana a lo largo de una línea divisoria geográfica, cultural e histórica trazada entre los mundos costeño y serrano en conflicto” (Denegri, 200); y de su preocupación de la formación de una nueva identidad nacional. Una identidad que, según Clorinda Matto, debía integrar toda la realidad del Perú, por lo que debía considerar tanto la inclusión de los indígenas y de las mujeres como los requerimientos de la modernidad.

Clorinda Matto fue, sin duda, una mujer adelantada para su tiempo, comprometida con su género y su trabajo y por esta razón, en varias ocasiones, fue vista como un elemento desestabilizador de las tradiciones y costumbres conservadoras y machistas de su sociedad. Cornejo Polar, al respecto dice lo siguiente:

“Es bueno tener presente que Clorinda Matto de Turner quiso ser y fue una mujer moderna. Viuda y empobrecida, con formación y lectura poco comunes en las mujeres de su tiempo, abandonó el pequeño pueblo de tinta, en la sierra del Perú, y emprendió con voluntad firme una notable carrera periodística, asumida no como mero pasatiempo sino profesionalmente” (Cornejo Polar, XII).

La mayoría de los estudios que se han hecho sobre su obra periodística y literaria señalan que ambas disciplinas se constituyeron para ella en medios efectivamente políticos y culturales, mediante los cuales podía contribuir “al desarrollo de la conciencia cívica y por consiguiente de las virtudes morales y el compromiso con el país” (Ortiz, “El pensamiento”, 18). La nueva república del Perú necesitaba erradicar ciertas características propias de su estancamiento, tales como el clientelismo o la compadrería, la discriminación de género, la ignorancia de las masas populares, la explotación de los indios y la incompetencia del gobierno. Clorinda Matto contribuyó con su pluma a la denuncia de estos males buscando una solución positiva y transformadora para su país. Por otro lado, también urgía la necesidad de instaurar un diálogo constructivo y crítico entre los actores sociales (civiles, políticos y religiosos) a favor de la promoción de una nación civilizada. Y en esto también se la ve contribuir activamente, convencida de que este tipo de diálogos es posible, sobre todo, a través del ejercicio de un criterio político por parte de periodistas y escritores.

Con este afán y en el esfuerzo de contrarrestar el neocolonialismo cultural difundido desde Lima, se dedicó a escribir. En 1866 fundó un semanario de literatura, arte y ciencias llamado “El Recreo”. En 1884 dirigió el diario “La Bolsa” de Arequipa y desde 1889 hasta julio de 1890 se le encargó la jefatura de redacción de “El Perú Ilustrado”, otro semanario literario y comercial que circulaba por Lima, ciudad donde se había ella instalado desde 1886. En estos años, específicamente en 1892, también fundó una imprenta, La Equitativa, y una revista política llamada “Los Andes”.

Su participación en “El Perú ilustrado” fue muy significativa porque con ese medio no sólo hizo uso de una importante libertad de expresión, lo que luego le ocasionó un sinnúmero de problemas con autoridades políticas y eclesiástica, sino que también el semanario le posibilitó elaborar y difundir la política cultural del gobierno de Cáceres. Este encargo conferido a una mujer, y en su caso a una provinciana que de la sierra se llegó hasta la capital para ocupar un espacio de liderazgo intelectual con notables influencias, la transformó en una figura excepcional que, luego, no tardó en caer en desgracia.

Con la salida de Cáceres del gobierno, la vida de Clorinda Matto se vio seriamente en peligro, por lo que tuvo que abandonar el Perú para refugiarse en Argentina hasta su muerte. Con la caída del general Cáceres, en el 1895, el proyecto político de Clorinda Matto, así como sus ansias de reforma, democratización y modernización de la nación se vieron truncadas. De igual manera sucedió con su prolífica obra periodística y vida literaria. Según Francesca Denegri, el régimen de Cáceres tuvo un final violento. Las montoneras, lideradas por Nicolás Piérola, tomaron Lima y derrocaron al gobierno. La moderna burguesía costeña se empeñó en recuperar el control de todo el aparato estatal, en manos de los serranos, y lo logró instaurando luego un período que fue denominado de la “Reconstrucción Nacional” (Denegri, 210-211). Los seguidores y simpatizantes de Cáceres, entre ellos la escritora Matto, fueron víctimas de saqueos, destrucciones, secuestros y amenazas de muerte. Todo aquello que representaba un espacio de difusión de ideas y de promoción de los intereses caceristas fue, claramente, atacado por los soldados del partido victorioso.

Como decía, Clorinda Matto no estuvo exenta de estos ataques y de otros, muy groseros, que hacían mención a su extracción social y cultural y a su género. Ya con algunas publicaciones que salieron a la luz en “El Perú Ilustrado” se había ganado la enemistad y la censura de la Iglesia y de algunas instituciones del Estado. Ahora, con la derrota de su líder, lo que un día fue pretexto, dice Carolina Ortiz, “para acallar el arrojo de una mujer que se atrevió a cuestionar las relaciones de poder que impedían el progreso del país” (Ortiz, “El pensamiento”, 17), se transformó en violencia directa, lo que la obligó a salir del Perú un 25 de abril de 1896 y radicarse en Buenos Aires. Allí siguió haciendo literatura y periodismo y, como conocía el quechua, se dedicó también a una serie de traducciones que le habían encargado los de la Sociedad Bíblica, institución protestante.

Aún en el exilio Clorinda Matto siguió atenta al desarrollo de los eventos políticos de su país. Un país cuyas profundas heridas y males morales, puestos al descubierto con la Guerra del Pacífico, revelaban la escisión de una nación cuyo escenario actual era sinónimo de desintegración y exclusión social. Los problemas por ella cuestionados no habían cambiado en el Perú y el hecho de saberse mujer y provinciana y con ello consciente de su gran atrevimiento, no la dejó fuera de críticas muy poco favorables.

En resumen, su crítico anticlericalismo, su sentido patriotismo liberal, su concepción social y política de la literatura, su admiración de los valores indígenas, su promoción en favor de la educación y participación social de las mujeres y su reivindicación del sistema burgués moderno hacieron de su pluma un medio de características peculiares y de sus obras un in crescendo movimiento.

Del olvido al pensamiento actual

Con el paso del tiempo la crítica fue perdiendo interés en la obra de Clorinda Matto, especialmente en Aves sin nido, y por consiguiente la fue dejando en el olvido paulatino. Los críticos coinciden en señalar que esto podría haber sido el efecto más evidente de la instalación de una concatenación de prejuicios que fueron entretejiéndose en torno a la figura y la pluma de esta escritora: su origen provinciano, su simpatía por su liberalismo y el proyecto político cacerista, su anticlericalismo y el simple y complejo hecho de ser una mujer que fue apropiándose de un saber que pertenecía, básicamente, al mundo masculino (Ortiz, “El pensamiento”, 5).

Las relaciones complejas entre los distintos grupos sociales y raciales que conformaban el Perú del XIX, y que fueron puestas en relieve en la escritura de Clorinda Matto, pudo haber contribuido también en el afianzamiento de estos prejuicios, en detrimento de su propia consideración como una escritora representativa de la época.

Según Patricia Oliart:

“el racismo de la sociedad oligárquica peruana, aunque tuviera antecedente inmediato en la Colonia, es activamente reformulado en el silgo XIX. […]. El racismo oligárquico del siglo pasado se desarrolla y legitima mayormente […] como parte de un aplicado esfuerzo de la élite limeña que responde a la necesidad de redefinir las diferencias sociales para implementar el nuevo ordenamiento jerárquico de la República” (Oliart, 262).

Ante este racismo, la escritora se manifestó fuertemente contraria lo que, sumado a su voz doblemente marginal y defensora, a su vez, de una marginalidad significativa, la de los indígenas, fue socavando la relación de su propuesta literaria con el grupo de críticos y lectores del círculo limeño.

Hoy día, sin embargo, y en particular a partir de los años ’30, la obra de Clorinda Matto ha llamado nuevamente la atención de la crítica, especialmente de aquella más cercana a las perspectivas de lecturas basadas en las políticas de género y en el postestructuralismo. Según algunos de ellos, la escritura de Clorinda Matto invita al lector a hurgar en ese discurso sobre la modernidad en el Perú. Una modernidad que implica la racionalización del Perú como nación, la exigencia democrática del derecho de ciudadanía, el liberalismo protestante, la fe en la educación y en el progreso y un atisbo precursor del feminismo (Ortiz, “El pensamiento”, 6).

La pluma de Clorinda Matto apela a la función social del quehacer literario, mediante la cual es posible pensar en la transformación positiva de las nacientes repúblicas latinoamericanas. Esto resulta todavía más evidente si uno se fija en el “Proemio” de Aves sin nido, en el que la escritora subraya, mediante el uso de una metáfora bien lograda, que “la novela tiene que ser la fotografía que estereotipe los vicios y las virtudes de un pueblo, con la consiguiente moraleja correctiva para aquellos y el homenaje de admiración de las virtudes” (Matto, 9).

La corrección de los vicios y la exaltación de las virtudes formaron parte sustancial de ese proceso de aprendizaje y formación en el que estaban sumergidas las recientes repúblicas de América Latina en el XIX y del que sus escritores eran fieles y comprometidos testigos y artífices.

Al respecto, dice José Luis Martínez, que el siglo XIX se constituyó en Latinoamérica en un siglo de aprendizaje de la libertad.

“El primer aprendizaje tuvo que ser el de la libertad y el de la identidad. Los nuevos países eran ya formalmente independientes y, por ello, se imponía el deber de extender esa independencia a los espíritus, de lograr lo que entonces se llamaba la ‘emancipación mental’, y de crear, consecuentemente, una cultura original” (Fernández Moreno, 74).

Sin embargo, este período tan fecundo para la creación literaria y la emancipación cultural no estuvo exento de problemas de diversa índole que, junto a la exaltación de la naturaleza y costumbres latinoamericanas, habían hecho más patentes los conflictos internos de las naciones y las desigualdades sociales. De ahí que se apelara a la literatura y a la palabra, como recursos principales, para la consolidación de las naciones y la construcción de una identidad con la que la mayoría de los ciudadanos pudieran sentirse integrados.

El llamado al despertar de la conciencia social se hacía urgente en las distintas naciones, sobre todo en el Perú donde la diversidad racial se imponía de manera tan evidente. A este llamado acudieron varios escritores y pensadores peruanos, entre ellos Clorinda Matto, quien, según Francesca Denegri, “proporciona una imagen de la ‘peruanidad’ bastante distinta de la que se desprendía de las novelas románticas y sentimentales que circularon en los círculos literarios limeños en las tres décadas previas a la publicación de sus novelas Aves sin nido (1889) e Índole (1891)” (Denegri, 213).

Esta “peruanidad” de la que habla Denegri, puede verse reflejada también en otras de sus publicaciones, además de sus dos novelas ya mencionadas. Por ejemplo, en una obra teatral titulada Hima Súmac, de 1818, que fue representada en el Teatro Olimpo de Lima. También en una colección de escritos biográficos que publicó en 1889 con el nombre de Bocetos al lápiz de americanos célebres; y en Tradiciones cuzqueñas, 1884 y 1886, inspiradas en las famosas Tradiciones peruanas de Ricardo Palma. Y, finalmente, en su libro de Leyendas y recortes, que apareció en 1893, y en Herencia, novela publicada en 1895, dos meses antes de abandonar el país. Esta “peruanidad” puede verse también en su obra periodística, que fue prolífica y abundante, y en las veladas literarias que propiciaba con la idea de difundir los valores artísticos propios de su país. Considerada, entonces, por Francesca Denegri como una intelectual orgánica, es decir, una intelectual que acompañó a un grupo social en su ascenso al poder, Clorinda Matto fue una escritora comprometida con su pueblo que, además, “proporcionó una cierta cohesión cultural y conciencia de clase al grupo de notables y participó en la transmisión de valores culturales misti a un público lector que había ignorado la vida en la sierra” (Denegri, 213).

Sin embargo, su vasta obra ha tenido que atravesar varios años para lograr un cierto reconocimiento, en la larga trayectoria que la llevó del olvido al pensamiento actual. De toda su obra, aquí nada más me ocupo de Aves sin nido, una novela que causó no pocas controversias con su publicación y “un torrente de comentarios críticos en la prensa nacional, tanto de liberales como de conservadores” (Denegri, 214).

En la actualidad esta novela es considerada como una novela indigenista, entre otros aspectos por la conflictividad étnica, por el protagonismo de sus personajes indígenas y por los juicios negativos que vierte sobre los llamados notables, hombres crueles asociados a la política y a la Iglesia, hombres que violan la ley y que se jactan de la impunidad que encubre sus actos delictivos.

Según Benito Jacomé Varela, la novela indigenista surge de concretas realidades étnicas y se configura, en una primera etapa, “como un macrocosmos funcional idealizante, ambientado en espacios geográficos de exultante naturaleza, con el color local de las costumbres y los mitos indígenas, movidos por procesos amorosos entre indios y blancos o centrado en una desdichada pareja de indios” (Varela, 6)[1].

Características similares bien pueden ser observadas en Aves sin nido que, a su vez, se enriquece con otros elementos provenientes de la novela realista, de la didáctico-moralizadora y de la costumbrista, muy propia del siglo XIX latinoamericano. Con respecto a esta última, y de acuerdo con la descripción del cuadro de costumbres que hace José Luis Martínez, en Aves sin nido también puede apreciarse una narración que atraviesa una sociedad en transición en la que, por un lado, todavía subsisten modelos y usos coloniales en las clases bien posicionadas (autoridades, comerciantes y curas) mientras que, por el otro, se perfilan ya las representaciones propias de los pueblos andinos: lengua, tradiciones, heterogeneidad.

La variedad y los contrastes, los puntos y contrapuntos y los distintos planos dicotómicos son ejes importantes que estructuran el eclecticismo tan peculiar de esta novela de Clorinda Matto. Una novela que oscila entre una condena explícita de los abusos de los notables hacia los indígenas y una desconcertante construcción discursiva romántica, ambigua y redefinitoria de la propia identidad indígena. La novela saca a la luz este tipo de relación desigual, discriminatoria y de sometimiento entre los indígenas y los blancos de la época:

“Amo con amor de ternura a la raza indígena, por lo mismo que he observado de cerca sus costumbres, encantadoras por su sencillez, y la abyección a que someten a esa raza aquellos mandones de villorrio, que, si varían de nombre, no degeneran siquiera de epíteto de tiranos. No otra cosa son, en lo general, los curas, gobernadores, caciques y alcaldes” (Matto, 9).

Con esta anotación que hace la propia autora podría explicarse, aunque sea en parte, ese impacto negativo que tuvo la novela al salir publicada. No obstante, la crítica hoy día ha retomado su interés en la obra y, como lo dice Denegri, ha celebrado su espíritu progresista en relación a la problemática indígena y el franco relato de la corrupción y la explotación de un pequeño poblado andino (Denegri, 214).

Me gustaría retomar la metáfora de la fotografía a la que hace mención Clorinda Matto en el “Proemio” de Aves sin nido para seguir analizando otras características de la esta novela.

Creo percibir que Clorinda Matto intenta sostener su novela sobre el pretendido mito del realismo, muy típico del XIX, apuntando de esta manera a la toma de una cierta distancia de lo narrado y lo narrable, para dotar a su prosa no sólo de una determinada objetividad sino también validar el sentido crítico de la misma. Esta es, sin duda, una estrategia bien pensada, aunque la mayoría de los críticos coincide en señalar que, en verdad, es muy poco lo que el ideario estético de Clorinda Matto ha podido apartarse del costumbrismo, del indigenismo y del romanticismo.

Sin embargo, quiero rescatar el hecho de que al final, y en la conjugación de varios sistemas narrativos, el lector asiste al encuentro de una novela cuyo eclecticismo no le es indiferente, gracias al cual también se integran al relato elementos propios del positivismo y del naturalismo.

El eclecticismo al que me refiero puede sostenerse, a mi modo de ver, en la opinión de Cornejo Polar, quien habla de Aves sin nido como de una estrategia discursiva; en la de Benito Jacomé Varela para quien “en la novela peruana se mantiene durante varias décadas la fórmula combinatoria de realidad, fantasía y efectismo folletinesco” (Varela, 39); y en la de Mary Berg, para quien este eclecticismo “incluye desde el sentimentalismo hasta la condenación abierta de los abusos de poder, del feminismo casi estridente al conformismo con estereotipos del ángel del hogar, de las llamadas a acción a los lamentos de resignación dolorosa, de los cuadros de costumbres a la retórica de la oración política, del romanticismo al naturalismo o realismo” (Berg, 2)[2].

Por lo tanto, ideas liberales, pensamiento positivista, denuncia social, realismo testimonial, reivindicación étnica, perspectivas objetivadas, interiorización omnisciente, lirismo sentimental son algunos de los ingredientes, entre otros, que interactúan operativamente en Aves sin nido, creando así una militancia narrativa cuyas latencias, coherentes y ambiguas, se tornan interesantes para el análisis actual.

El “descolorido lápiz”: una treta inteligente

Antes de ingresar a la identificación de las dicotomías estructurales de la novela y el punto de quiebre hipostatizado, me gustaría dedicar algunas breves líneas al tópico de la falsa modestia, que en la metáfora del “descolorido lápiz” aparece en el “Proemio”, para reflexionar sobre la condición de la mujer escritora en la Lima del XIX.

Conociendo la importancia que tuvo Clorinda Matto en el contexto limeño, donde manifestó su visión crítica de la problemática de su entorno, y las ya mencionadas consecuencias nefastas de la que fue objeto y sujeto, es posible afirmar que esta metáfora no emerge de una manera gratuita. Se trata más bien de una treta que, al decir de Josefina Ludmer, se constituye en una estrategia del débil que intenta, con ello, desenmascarar y denunciar una posición de subordinación y marginalidad (Ludmer, 53). Este aspecto de la novela es el que llama la atención de la crítica feminista y de género actual. Según Ludmer, “la treta (otra típica táctica del débil) consiste en que, desde el lugar asignado y aceptado se cambia no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él” (Ludmer, 53).

En una línea similar, Ana Peluffo analiza la metáfora del descolorido lápiz. Para ella, Clorinda Matto es muy hábil al utilizar ciertos estereotipos convencionales como la figura de la mujer dedicada a su hogar que, sin embargo, desde allí ejerce un cierto control sobre el ámbito familiar, social y público. En este sentido, es útil fijarse en el papel que Clorinda Matto otorga a personajes como doña Petronila, Marcela, Cristina y a la misma Lucía. Estos personajes rodeados de una cierta áurea angelical, virginal y maternal; actúan como detrás de las bambalinas, desde la propia condición de mujer y, sin embargo, son las que desatan las distintas acciones en las que participan o se involucran.

Por ejemplo, es Marcela, y no Juan, quien decide acudir a Lucía para contarle el drama en el que su familia indígena se encuentra atormentada y, así, solicitar su apoyo y protección:

“En nombre de la Virgen, señoracha, ampara el día de hoy a toda una familia desgraciada. Ese que ha ido al campo cargado con las cacharpas del trabajo, y que pasó junto a ti, es Juan Yupanqui, mi marido, padre de dos muchachitas. ¡Ay señoracha! Él ha salido llevando el corazón medio muerto, porque sabe que hoy será la visita del reparto, y como el cacique hace la faena del sembrío de cebada, tampoco puede esconderse por la falla, y nosotros no tenemos plata. Yo me quedé llorando cerca de Rosacha que duerme junto al fogón de la choza y de repente mi corazón me ha dicho que tú eres buena; y sin que sepa Juan vengo a implorar tu socorro, por la Virgen, señoracha, ¡ay, ay!” (Matto, 13).

Frente al drama de la explotación y las injusticias que se cometían contra los Yupanqui, es Lucía la que decide tomar cartas en el asunto y reclamar a las autoridades civiles y eclesiásticas un trato justo para los indígenas y un final definitivo a la condición de servilismo a la que éstos los sometían.

“Hoy mismo hablaré con el gobernador y con el cura, y tal vez mañana quedarás contenta –prometió la esposa de don Fernando, y agregó como despidiendo a Marcela: –Anda ahora a cuidar de tus hijas, y cuando vuelva Juan tranquilízalo, cuéntales que has hablado conmigo, y dile que venga a verme” (Matto,15).

En el caso de doña Petronila, si bien la autora la presenta como “el tipo de la serrana de provincia, con su corazón tan bueno como generoso, pues que obsequia a todo el mundo, y derrama lágrimas por todo el que se muere, conózcalo o no” (Matto, 36), por las propias reflexiones de su marido, don Sebastián Pancorbo, nos enteramos de que es ella quien, en la privacidad de su hogar, reclama duramente al gobernador por sus malas acciones. No sin razón, don Sebastián luego de haber acordado con el coronel Paredes incriminar al inocente Champí, “quedó solo, pero no estaba contento, porque pensó inmediatamente en que tenía que presentar nueva batalla doméstica” (Matto, 97). De esta manera, anticipa él las recriminaciones de su mujer ante su participación en un nuevo complot de los malvados notables, instigados por el subprefecto Bruno Paredes, para ordenar la captura de Isidro Champí, un indio “muy liso y muy metido a gente” (Matto, 96).

Según Francesca Denegri, en la narrativa de Clorinda Matto, y en particular en Aves sin nido, el lector asiste a una especie de desplazamiento del centro de poder revolucionario desde las oficinas o confesionarios de los notables al lenguaje firme y a los hogares administrados por mujeres inteligentes, educadas y de espíritu ciudadano, comprometidas con los principios y los valores de la noble raza peruana.

En el caso de esta novela, aunque pudiera parecer bastante especulativo, podría casi identificarse una cierta relación entre la autora y sus personajes femeninos. Especialmente con Lucía, ya que en ambos contextos ellas parecen ser ese testimonio vital del desplazamiento de ese centro de poder, del cual habla Denegri.

Ahora bien, este desplazamiento del poder desde las oficinas de gobierno hacia los hogares tiene estrecha conexión con dos elementos importantes de la época para el ascenso social. Me refiero a la inteligencia y a la educación. Si bien ambas cualidades no eran atributos muy comunes entre las mujeres peruanas del XIX, sin embargo, cabe notar que los personajes femeninos de Clorinda Matto se distinguen por ser, en este sentido, mujeres extraordinarias. Razón por la cual pueden detentar el poder desde aquellos lugares que para ellas se constituyen en sus propios centros.

Esta estrategia que se observa en la novela, quizás, pueda responder a esa necesidad imperante que sentía la autora por contribuir a la consolidación de la modernidad en la sociedad peruana. Sus mujeres inteligentes y educadas tienen que ver con la imaginación de una sociedad civilizada, con una valoración del conocimiento y con un mirar hacia una ciudad modernizada, en la que “la letra aparece como la palanca del ascenso social, de la respetabilidad pública y de la incorporación a los centros de poder” (Rama, 74).

Entonces, el personaje femenino de Clorinda Matto se mueve entre el estereotipo tradicional del XIX y el estereotipo nuevo, en el que se propone una nueva forma de vivir la propia femineidad. En otras palabras, el personaje femenino responde al estereotipo de la excepcional belleza limeña casadera, hábil para seducir sin perder el honor y el de la mujer inteligente y educada o el de la mujer india, cuya valentía, abnegación y capacidad de trabajo resaltan a primera vista. Basta pensar, por ejemplo, en Lucía o Marcela y en Margarita, la joven casadera con quien, además, el lector se aproxima, de acuerdo con Patricia Oliart, a ese discurso del “blanqueamiento” de la raza peruana (Oliart, 284). Aspecto sustancial donde radica uno de los puntos de quiebre de la dicotomía blancos-indígenas, a la me referiré más adelante.

El personaje femenino de Clorinda Matto, en Aves sin nido, por lo tanto, aparece como un personaje con carácter activo, capaz de influir y alterar la mecánica de los eventos, salvo algunas pocas pero significativas excepciones, como sería las de Rosalía y la propia Margarita, quienes son movidas de un lado a otro y son objetos de decisiones tomadas por otros. Pero esto, quizás, podría entenderse en la medida en que se mira a ambas como ocupando un espacio de transición. Un espacio entre la niñez y la juventud más madura. Un espacio entre el pasado y el futuro y los intersticios del proceso de redefinición de esa condición indígena a la que pertenecen.

En resumen, el “descolorido lápiz” de Aves sin nido no es sino una treta inteligente de la autora, en la que, como dice Ana Peluffo, “el sentimentalismo sirve como estrategia y recurso ideológico a partir del cual la voz femenina reivindica el ámbito de lo doméstico, y los registros de la moralidad y la emoción como rasgos de una subjetividad desplazada de los proyectos dominantes” (Moraña ed., 14). Por lo tanto, el lector puede ver cómo la novela de Clorinda Matto incorpora eso que Mabel Moraña, por su parte, ha definido como una interpelación estético-ideológica, de la cual se deriva un modelo distinto de nación e interacción social, en el que los sujetos marginados adquieren un buen nivel de representación (Moraña ed., 14).

El punto de quiebre de las dicotomías

En la breve “Introducción” de este trabajo decía yo que Aves sin nido es una novela que se construye sobre una serie de dicotomías que revelan, aunque sea a través de un plano ficticio, los conflictos que socavan las relaciones y percepciones de la sociedad peruana del XIX, así como los proyectos discursivos que de ella se desprenden. La mayoría de estas dicotomías no traen consigo una resolución o una definición satisfactoria de las polarizaciones que plantean y, quizás, podría ser esta la causa de esas debilidades e inconsistencias de las que viene acusada la novela, sin olvidar, por supuesto, los méritos que también se le reconoce. Al respecto, en un artículo de Mary Berg se lee lo siguiente:

Aves sin nido es una novela llena de inconsistencias, de registros cambiantes, de agendas contradictorias que ha sobrevivido un siglo de críticos reacios a su dinamismo conflictivo, a su falta misma de resolución definitiva o definidora de los problemas nacionales, relacionales o personales de los protagonistas o de la escritura como espejo del mundo” (Berg, 2).

Sin embargo, dice Berg, aun cuando el lector se encuentre ante una novela imperfecta, ésta no deja de ser una novela proteica y apasionada que ha tenido una difusión extraordinaria.

Ya vista más de cerca, las dicotomías pueden clasificarse de la siguiente manera:

a) Dicotomías de orden ideológico-discursivo:

a. Ideología y discurso positivista e ideología y discurso indigenista

b. Conservadores y progresistas/burgueses

c. Lo peruano y lo foráneo

b) Dicotomías de orden político:

a. Oligarquía y burguesía

b. Notables y naturales

c. Tiranos y buenos salvajes

d. Público y privado

c) Dicotomías de orden espacial:

a. Capital y provincia

b. Ciudad y pueblo

c. Luz y sombra

d. Espacio doméstico y calle

d) Dicotomías de orden temporal:

a. Tiempo progresivo (Lima) y tiempo circular (Killac)

e) Dicotomías de orden lingüístico:

a. Español y quechua

f) Dicotomías de orden histórico:

a. Modernidad y pasado andino

b. Modernidad y tradición

g) Dicotomías de orden social:

a. Explotación y solidaridad

b. Injusticia y compromiso social

c. Corrupción y honestidad

d. Celibato y familia/matrimonio

h) Dicotomías de orden religioso:

a. Jerarquía eclesiástica y jerarquía laica

b. Trinidad aterradora y trinidad salvadora

i) Dicotomías de orden estilístico y formal:

a. Tensión y distensión

b. Denuncia y descripción

c. Alternancia y secuencia

Es evidente que de esta clasificación sólo podremos ver aquí algunas de las oposiciones mencionadas, así como también el hecho de que estas dicotomías identificadas aquí no son sino una parte de muchas otras que aún pueden extraerse del contexto narrativo de la novela. Esta clasificación, por lo tanto, aunque podría resultar para algunos insuficiente y arbitraria, es útil para apreciar la polivalencia de Aves sin nido y del ideario estético de Clorinda Matto.

Por otro lado, me gustaría también señalar que el orden de aparición de los distintos grupos dicotómicos no implica la preponderancia de uno sobre otro. Más bien con ello se evidencia la imposibilidad de abarcar todo en este estudio así como de independizarlos totalmente en el análisis. Por lo tanto, lo que voy a hacer es ir adentrándome a los planos buscando el punto o los puntos de inflexión o quiebre, es decir, buscando el punto donde la oposición signifique algo distinto a lo que propone a primera vista.

Como punto de partida sería bueno revisar la organización interna de la novela. La misma está dividida en dos grandes partes. Una Primera Parte, en la que el drama de los personajes se desarrolla a través de veintiséis capítulos y, una Segunda Parte, que cuenta con treinta y dos capítulos. Si bien la estructura de la novela es totalmente teleológica, la distribución de los capítulos es bastante peculiar ya que, por medio de alternancias y secuencias, la mirada del lector se desplaza a lo largo de historias paralelas.

Es muy difícil determinar si estaba o no en la intención de la autora trazar en su novela dos líneas narrativas: una, cuyo eje se concentra en la historia trágica de las familias indígenas y de los amores imposibles y otra, que desarrolla los distintos episodios de aquello que circunda y refuerza la denuncia social. Por ejemplo, los cuadros descriptivos de Killac, el relato de la corrupción imperante entre los llamados “notables”, entre otros. Fuera o no intención de la autora, lo que aparece ante nuestros ojos en justamente esta disposición bipolar de los episodios que se alternan creando así un escenario doble en el que cohabitan los personajes y sus historias.

En los capítulos identificados como “pares”, de la Primera Parte, la autora tiene la oportunidad de dar a conocer el drama de los indígenas, representados por los Yupanqui (en la Segunda Parte, los representantes serán los Champí), con excepción de dos capítulos, el VIII y XIV, en los que esta mecánica se corta para dar lugar a Lucía quien solicita a los notables que dejaran de explotar a los Yupanqui, y al complot que estos notables organizan contra Fernando Marín. Estas excepciones se constituyen en espacios importantes en los que la autora subvierte el esquema tradicional. El protagonismo de Lucía y su enfrentamiento a los “poderosos” del pueblo no es sino la puesta en escena de esa treta del débil de la que ya hablamos. Y, en el caso del complot de los notables, la excepción refuerza el sentido de la función social de la literatura.

En los capítulos “impares”, sin embargo, la autora narra los episodios relativos a los personajes que circulan y ocasionan toda la problemática que asedia a los indígenas y a los que se identifican e interceden por ellos, como por ejemplo los Marín. En esta secuencia, también existen capítulos que hacen la excepción, el IX y XIII respectivamente. En estos dos capítulos también se rompe la mecánica establecida y se introducen sucesos que guardan relación directa con el drama de los Yupanqui: el secuestro de Margarita por orden de don Sebastián Pancorbo y el rescate de la niña, gracias a la intervención de don Fernando Marín. En estos capítulos pueden visualizarse ya los puntos de quiebre de la novela, los que nos cuentan acerca de la única posibilidad que tienen los indígenas de salvarse. Es decir, la posibilidad que les viene dada por los forasteros. Se trata de una salvación que viene articulada desde afuera, no desde adentro. Y es aquí, como lo veremos más adelante, donde el discurso de la autora a favor de los indígenas se rompe.

Otro aspecto que creo debe resaltarse es el hecho de que esta estructura dicotómica, a largo de la novela, aparece como una constante. Si nos fijamos en la Segunda Parte de la novela, sucede casi exactamente lo mismo. Los Champí toman el lugar de los Yupanqui, se abre la historia amorosa de Manuel y Margarita, la que no tendrá un final feliz, y reinicia la cadena de corrupciones y abusos por parte de los ya conocidos “notables”. Creo que estamos, entonces, ante una bipolaridad interesante que ofrece al lector una especie de dos lentes distintas desde las que se puede apreciar aquello que la autora denuncia: la terrible tragedia que vive la mayoría de las poblaciones, típicamente indígenas, del sur andino bajo el yugo de la corrupción de los llamados notables.

Hay que ver también, dice Francesca Denegri, que Clorinda Matto no sólo denunció la problemática indígena sino que actuó “como promotora de los tradicionales valores y las formas de relaciones sociales andinas, de lo que dio fe su controvertida Aves sin nido” (Denegri, 220). Por lo tanto, en el propio sentir de la autora se tiene esta oposición constante. En este punto, denuncia y promoción se mueven juntas, aunque cada una respondiendo a sus propios objetivos.

En la Segunda Parte de la novela Manuel es quien atrae la atención del lector y de la autora. Es más, el personaje de Manuel funciona como una especie de puente entre ambas partes de la novela, lo que permite, entre otras cosas, sostener la unidad de la obra. Ya hacia el final de la Primera Parte se observa cómo Manuel va adquiriendo importancia y protagonismo, sobre todo a partir del ataque a los Marín, sirviendo de vehículo a la autora para expresar su convicción y su fe en la acción educada, inteligente y salvadora de la juventud sana y recta que, asida a los valores y principios peruanos auténticos y modernos, representa a la nueva savia nacional.

Este discurso, por ejemplo, puede verse sostenido en un apartado de la novela en el que Manuel se enfrenta al cura Pascual acusándolo de corrupto y ratificando su fe en la educación recibida:

“[…] me han enseñado que sin la rectitud de acción no hay ciudadano, ni habrá patria, ni familia” (Matto, 70).

Manuel, por lo tanto, es un personaje complejo quien toma el control de la situación caótica que se ha generado en el pueblo de Killac, quien intenta resarcir los daños causados a la población indígena más débil y quien, una vez que se enamora de Margarita, se debate entre su intimidad, privacidad y sentimentalismo y el papel público que juega como emancipador de Killac. Como puede verse esta es una de las formas en que la dicotomía de orden político entre lo público y lo privado se manifiesta.

Otro orden en la que esta dicotomía de lo público y privado también aparece es en el del orden espacial. El espacio doméstico y la calle también confrontan sus fuerzas y vicisitudes en la novela. Mientras las familias viven sus frustraciones y satisfacciones en el calor y la seguridad del hogar, la calle se presenta como el espacio propicio para la violencia irracional, para la exacerbación de los ánimos de un pueblo ignorante y manipulable por sus autoridades inescrupulosas. Manuel atraviesa y se ve atravesado, constantemente, por esta dicotomía de orden espacial, así como por otras como la de capital-provincia, ciudad-pueblo y luz-sombra.

Retomando el discurso patriótico, liberal y nacionalista del que se hace eco Manuel, y en cuya base se lee claramente el proyecto país de Clorinda Matto, es posible identificar el enfrentamiento entre dos fuerzas antagónicas que atraviesan tanto las dicotomías de orden ideológico-discursivo como las de orden social y religioso. Me refiero exactamente a la controversia de las tríadas llamadas “aterradora” y “salvadora”.

En la novela se puede observar la composición de cada una de estas tríadas y los personajes que las representan. Por ejemplo, la tríada o trinidad aterradora está compuesta por la asociación de conceptos tales como “corrupción” y “eclesia”. Y está representada por los personajes del gobernador, del cura y del cobrador. Ellos son los que se encargan de establecer las bases de una asociación ilícita para delinquir, sembrando el terror en las comunidades más débiles de la población. Si bien la relación institucional entre el Estado y la Iglesia, para proteger sus intereses comunes y mantener los privilegios otorgados por la red de poder construida, data desde todos los tiempos, y tanto la literatura como la historia dan prueba de ello, sorprende al lector la decisión con que Clorinda Matto enfrenta la situación y la plasma en el papel haciéndose, de esta forma, eco de la compleja problemática de su tiempo.

Del lado opuesto a la trinidad aterradora la autora sitúa a la trinidad salvadora, compuesta por la asociación de conceptos tales como “Dios”, “Patria” y “familia”. En esta trinidad operan personajes como Lucía, don Fernando, Manuel, Petronila y los indios Yupanqui y Champí.

Ambos contextos de esta bipolarización evidencia las estrategias de que se sirve Clorinda Matto para hablar de esa fuerte confrontación entre lo viejo y lo nuevo, entre el proyecto conservador y el proyector modernizador en el XIX peruano. Desde esta perspectiva, dice Cornejo Polar, es posible leer Aves sin nido “como un relato instalado en la lucha ideológica entablada entre las oligarquías serranas (y sus conexiones con el poder central) y una emergente burguesía moderna” (Cornejo Polar, XV).

En el contrapunto entre las dos tríadas mencionadas puede verse también el debate entre la oligarquía y la burguesía y entre la tradición y la modernidad. Un debate que está a la base de esa idea de nación, incluyente y aparentemente heterogénea, que Clorinda Matto propone. Una idea de nación sustentada en una política de conciliación (entre los valores de la modernización e industrialización, inminente en el país, como los valores propios de la cultura peruana) y de inclusión (es decir, la consideración de mujeres e indios como sujetos nacionales) que ha sido vista por algunos críticos como una posibilidad válida para leer Aves sin nido: “como una alegoría de la nación o mejor de su proceso formativo” (Cornejo Polar, XXIV).

Sin embargo, y aún considerando este tipo de lectura como pertinente, llama la atención que esta idea de nación, propuesta sobre la base de una conciliación e inclusión, se construya, en toda la novela, a partir de dicotomías que, justamente, revelan la confrontación entre los elementos constituyentes de la diversidad y heterogeneidad peruanas. Quizás, sea esta una de las tantas paradojas que presenta la novela. Uno de los puntos de quiebre en los que la dicotomía más que disolverse evidencia la imposibilidad de una fórmula incluyente o conciliatoria anhelada por la autora.

Una paradoja similar a esta puede verse también en el análisis de la dicotomía que opone la idea del celibato a la idea de la familia, tan celebrada en Aves sin nido. Según Cornejo Polar:

“la familia es la gran máquina reproductora de los comportamientos y valores socialmente aceptados o –si se quiere- de la argamasa ideológica que permite el buen funcionamiento de la sociedad dentro de un orden determinado” (Cornejo Polar, XXI).

Y sin embargo, aunque la autora exalta la importancia del núcleo familiar, el matrimonio por excelencia presentado en la novela, el del los Marín, no se constituye en familia porque carece de hijos. Ellos deberán esperar el momento de la adopción de las hijas de los Yupanqui para constituir su propio núcleo familiar y, entonces, cumplir con su función social. Como lo dice Cornejo Polar, esta es, sin duda, una de las paradojas más llamativas de la novela. Como si hubiera en Clorinda Matto una especie de vacilación textual al respecto.

Por un lado, da muestras de una fe extraordinaria en la función sagrada, humana y social de la familia mientras que, por el otro, los grandes agentes del relato pertenecen a un grupo familiar cuya característica predominante es la defectuosidad. Piénsese, como dije, en los Marín, en el núcleo formado por Sebastián Pancorbo, Petronila y Manuel y en el frustrado intento de Margarita y Manuel.

La ambigüedad o vacilación de la autora en este aspecto de la novela, que fue vista por algunos como una debilidad estructural de la misma, sobre todo si se recuerda que el primogénito de Lucía fue anunciado y luego olvidado, proyecta otro punto de quiebre en el sistema dicotómico que estructura la narración. Aquí puede observarse cómo, en verdad, el discurso ideológico que habla de la familia como eje fundamental de la sociedad moderna es válido en la medida en que la composición de sus elementos reflejen el tipo de nación homogénea del proyecto país que tiene Clorinda Matto. A esto me refería yo cuando, anteriormente, mencioné lo de la “aparente heterogeneidad”. Familia, sí, pero familia burguesa. Inclusión de los indios, sí, pero de acuerdo con tales parámetros que hacen factible la configuración de una nueva persona.

La teoría de Cornejo Polar con respecto a este punto de inflexión de la dicotomía ofrece dos opciones. En la primera, puede verse una especie de metáfora integradora. Las hijas de Juan y Marcela vienen adoptadas por los Marín y este acto expresa “el deseo de una nación homogénea, abarcadora de la disidencia indígena a través de la educación aculturadora de sus miembros” (Cornejo Polar, XX). En la segunda, en cambio, puede verse en este acto de adopción una representación simbólica de la urgencia del sector social, que representan los Marín, de asumir un cierto compromiso con otros grupos para poder realizar su propio proyecto social (Cornejo Polar, XXI).

La mención de los Yupanqui, de sus hijas y de la relación que entablan con los Marín, le acerca a uno a otro orden de las dicotomías identificadas. Me refiero a las del orden político. A este nivel pertenece la oposición entre oligarquía y burguesía a la que me referí anteriormente. Ahora, y ya para ir cerrando el ciclo de esta reflexión, me gustaría señalar que a este nivel también pertenecen otras oposiciones, las que contraponen a notables y naturales y tiranos y buenos salvajes, y en las que también existen otros puntos de quiebres interesantes.

Uno de los elementos que contribuye a consolidar las oposiciones señaladas, sin dejar entrever solución posible, es el manifiesto maniqueísmo de la novela. Según Nelson Manrique, este maniqueísmo, que ha sido abiertamente reprochado por varios estudiosos, atenta contra la verosimilitud a la que apela la autora, desde su mismo “Proemio”. Al respecto, Manrique escribe lo siguiente. En Aves sin nido:

“los buenos (lo Marín, Manuel y Petronila –su madre- y los indios) son un inmaculado dechado de todas las virtudes, mientras que los malos ([…]) son la condensación de todos los defectos, vicios y maldades imaginables. La nobleza, simplicidad y mansedumbre de los infelices indígenas hacen aún más odiosa la brutal opresión y explotación a la que los someten los notables” (Manrique, 90).

Con este fragmento intento mostrar el modus operandi de este maniqueísmo al interior de la novela. Me parece que la crítica no se ha equivocado en señalar como negativa esta posición extrema de la autora al presentar sus estereotipos, ya que se hace imposible creer que en la época tales prototipos estuvieran impregnados de tanta maldad como de tanta bondad. Es más, en la propia novela aparece un párrafo en el que la mansedumbre de los indígenas deja de ser tal y se convierte en una expresión violenta, que atenta contra aquellos que, justamente, son los que han tomado partido por ellos y los defienden. Me refiero a los Marín. Es decir que, dentro de la propia novela se puede ver cómo la autora, en su intento de abogar en favor de los indígenas, se ha construido un discurso que, en este aspecto, no llega a convencer e induce al lector a ciertas sospechas.

“La chismografía y los comentarios corrían de boca en boca, exactos unos, desfigurados los más, y los indios, avergonzados de la docilidad con que acudieron al llamamiento de las campanas y cayeron en el engaño para atacar el pacífico hogar de don Fernando, vagaban por los alrededores del pueblo taciturnos y miedosos” (Matto, 75).

Así como existe un acuerdo entre los críticos en demostrar que la novela tiene momentos contradictorios en relación al discurso sobre los indígenas, existe también un acuerdo en destacar que la imagen que se ofrece del indio peruano es la del “buen salvaje”. De hecho, ante estos buenos salvajes es cuando la tiranía de los notables aparece más aborrecedora y la inteligencia de los forasteros, como la de Manuel y la de los Marín, los hace ver demasiado ignorantes. Cornejo Polar dice que el discurso de Clorinda Matto hacia los indios no deja de ser ambiguo:

“[…] la interpretación del indio fluctúa según sea el estrato con el que se relaciona. Si es con los “notables”, se pone énfasis en sus virtudes naturales, que de nada sirven ante la prepotencia de aquellos […]. Si es con los forasteros, se pone de relieve su ignorancia y su espíritu servil y quejumbroso” (Cornejo Polar, XVI).

Para concluir

Lo que la novela enfatiza es la condición de la “desheredada raza”. Una raza que no es capaz de emerger por sí sola. Y es aquí donde para mi radica el o los puntos de quiebre en el discurso que Clorinda Matto articula basándose en planos dicotómicos que se debaten entre sí. De hecho, si uno se fija en la novela esta termina allí donde la pretensión de los Marín acaba por ceder ante una imposible revolución de la desheredada raza. Con esto no quiero decir que la autora haya pretendido llegar hasta aquí. Es evidente que no, pero por la dinámica que la propia novela toma con la sucesión de los eventos, un lector ambicioso hubiera preferido que, al final, se plasmase un verdadero acto político. En Aves sin nido Clorinda Matto se desplaza constantemente en una militancia femenina entre la literatura y la política, pero no llega al acto político en sí, se queda más bien en el mero plano literario.

La novela fluctúa entre tensiones y distensiones, denuncias y descripciones que la inscriben en el indigenismo, costumbrismo, romanticismo y realismo. Y en este sentido, Aves sin nido es coherente con las intenciones de su autora, funciona como esa fotografía que ella ha tomado de la problemática de su tiempo para estereotipar los vicios y las virtudes de su país y de su pueblo. El valor ejemplar de la novela radica, justamente, en la consiguiente moraleja correctiva de los vicios y la admiración de las virtudes. Sin embargo, la admiración y de la defensa de la “desheredada raza” no se trata de otra cosa que, como dice Cornejo Polar, de “un discurso sobre o acerca de lo indio, generado en otro espacio socio-cultural, hasta el punto de que el propio referente no es más que la figuración de lo indio creada por la observación de un testigo piadoso y compasivo pero inocultablemente ajeno” (Cornejo Polar, XVI)

El mundo andino es valorado y admirado en la medida en que responda a ciertos parámetros propios del proyecto país de Clorinda Matto, aunque esto signifique renunciar a sus rasgos identitarios, definidos por la autora como lo auténticamente peruano o a la sustancia de ese mito del Perú auténtico. Por lo tanto, la valoración de mundo indígena se hace desde un punto que está fuera de él y que no le pertenece pero el que, sin embargo, le es útil a la autora ya que le ofrece el material crítico suficiente para la denuncia social y para la elaboración de su propuesta para la nueva nación peruana, sostenida en el pasado mítico, en los ideales de la burguesía y en el futuro moderno.

Pasado y futuro subrayan todavía más este punto donde la mayoría de las dicotomías señaladas no demuestran una posible confluencia de estos mundos tan diversos, el indígena y el español. Lo que al final se ve es una cadena de rupturas significativas ante la cual, en la novela, emerge como alternativa el abandono de la identidad indígena, lo que implica, según Cornejo Polar, la conflictiva incorporación de la civilización en el mundo de la barbarie.


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[1] El artículo de referencia se encuentra en el portal de la Biblioteca Cervantes Virtual y la numeración de páginas corresponde a una edición que hice yo para utilizarla en este trabajo.

[2] El artículo de referencia se encuentra en la página electrónica http.//www.evergree.loyola.edu/~tward/mujeres/critica/berg-matto-presencia.htm y la numeración de páginas corresponde a una edición que hice yo para utilizarla en este trabajo.

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